quarta-feira, 29 de março de 2023

COPLAS POR LA MUERTE DE SU PADRE / COPLAS PELA MORTE DE SEU PAI, de Jorge Manrique

 




I

Recuerde el alma dormida,

avive el seso y despierte

contemplando

cómo se pasa la vida,

cómo se viene la muerte

tan callando;

cuán presto se va el placer;

cómo después de acordado

da dolor;

cómo a nuestro parecer

cualquiera tiempo pasado

fue mejor.



Recuerde: Recobre la conciencia al despertar. Que despierten las almas que viven soñando y no son conscientes de la realidad.

Cómo el recordar el placer (pasado) da dolor.



II

Pues si vemos lo presente

cómo en un punto se es ido

y acabado,

si juzgamos sabiamente,

daremos lo no venido

por pasado.

No se engañe nadie, no,

pensando que ha de durar

lo que espera

más que duró lo que vio,

pues que todo ha de pasar

por tal manera.



Y puesto que vemos cómo lo presente es ido y acabado en un punto (en nada de tiempo), si juzgamos sabiamente, consideraremos a lo que ha de venir como si ya hubiera pasado.



III

Nuestras vidas son los ríos

que van a dar en la mar,

que es el morir:

allí van los señoríos,

derechos a se acabar

y consumir;

allí los ríos caudales,

allí los otros medianos

y más chicos;

y llegados, son iguales

los que viven por sus manos

y los ricos.

Los ríos caudalosos.




Al llegar al mar (a la muerte) son iguales los que se ganan la vida con el trabajo de sus manos y los ricos.



IV

Dejo las invocaciones

de los famosos poetas

y oradores;

no curo de sus ficciones,

que traen yerbas secretas

sus sabores.

A Aquel sólo me encomiendo,

Aquel sólo invoco yo

de verdad,

que, en este mundo viviendo,

el mundo no conoció

su deidad.



No voy a acordarme aquí de los poetas y oradores paganos, no me preocupo de sus ficciones, pues el sabor de su arte procede de hierbas secretas (venenos).

Sólo me encomiendo a Jesucristo, que mientras vivió en el mundo, el mundo no se dio cuenta de que era Dios.



V

Este mundo es el camino

para el otro, que es morada

sin pesar;

mas cumple tener buen tino

para andar esta jornada

sin errar.

Partimos cuando nacemos,

andamos mientras vivimos,

y llegamos

al tiempo que fenecemos;

así que, cuando morimos,

descansamos.



VI



Este mundo bueno fue

si bien usásemos dél,

como debemos,

porque, según nuestra fe,

es para ganar aquel

que atendemos.

Y aun aquel Hijo de Dios,

para subirnos al cielo,

descendió

a nacer acá entre nos

y a vivir en este suelo

do murió.



Este mundo fue[ra] bueno si lo usásemos bien, como debemos, es decir, si lo usáramos para probar nuestra virtud y ganarnos así el cielo, para ganar el mundo que esperamos.



VII



Ved de cuán poco valor

son las cosas tras que andamos

y corremos,

que en este mundo traidor

aun primero que muramos

las perdemos.

De ellas deshace la edad,

de ellas casos desastrados

que acaecen,

de ellas, por su calidad,

en los más altos estados

desfallecen.



El tiempo y los desastres las dehacen, y desfallecen cuando se encuentran en los más altos estados de calidad.



VIII



Decidme: la hermosura,

la gentil frescura y tez

de la cara,

la color y la blancura,

cuando viene la vejez

¿cuál se para?

Las mañas y ligereza

y la fuerza corporal

de juventud,

todo se torna graveza

cuando llega al arrabal

de senectud.



Pararse es volverse, convertirse. ¿cuál se para? es ¿cómo acaba siendo?



IX



Pues la sangre de los godos,

el linaje y la nobleza

tan crecida,

¡por cuántas vías y modos

se sume su gran alteza

en esta vida!

Unos, por poco valer,

¡por cuán bajos y abatidos

que los tienen!

Otros que, por no tener,

con oficios no debidos

se mantienen.

Se sume: se hunde.



Unos de aquellos por los que corre la noble sangre goda, debido a su debilidad, son considerados bajos y abatidos (caídos en desgracia). Otros, por su pobreza, han de mantenerse con oficios impropios de su nobleza.



X



Los estados y riqueza,

que nos dejen a deshora

¿quién lo duda?

No les pidamos firmeza,

pues que son de una señora

que se muda,

que bienes son de Fortuna,

que revuelven con su rueda

presurosa,

la cual no puede ser una,

ni ser estable ni queda

en una cosa.



¿Quién duda que los estados y la riqueza nos dejan a deshora?

Los estados y la riqueza son bienes de la Fortuna, deidad inconstante que hace girar su rueda, haciendo que suban los que están bajo y bajen los que están arriba. La Fortuna no puede ser una misma (constante) en una misma cosa.



XI



Pero digo que, acompañen

y lleguen hasta la huesa

con su dueño,

por eso no nos engañen,

pues se va la vida apriesa,

como sueño,

y los deleites de acá

son, en que nos deleitamos,

temporales,

y los tormentos de allá,

que por ellos esperamos,

eternales.



Pero digo que [aunque] los bienes de Fortuna lleguen hasta la tumba con su dueño, por eso no han de engañarnos, pues, aun así, lo cierto es que la vida se va deprisa, como un sueño, y los deleites de acá en los que nos deleitamos, son temporales, mientras que los tormentos dque nos esperan en el infierno (si nos complacemos en los bienes de Fortuna en detriento de los bienes espirituales) son eternos.



XII



Los placeres y dulzores

de esta vida trabajada

que tenemos,

no son sino corredores,

y la muerte, la celada

en que caemos:

No mirando a nuestro daño,

corremos a rienda suelta

sin parar;

des que vemos el engaño

y queremos dar la vuelta,

no hay lugar.

Trabajada: trabajosa.



Corredores: exploradores, centinelas, que no descubren la emboscada: corremos precipitadamente y cuando vemos el engaño ya no hay espacio para dar la vuelta.



XIII



Si fuese en nuestro poder

tornar la cara hermosa

corporal,

como podemos hacer

el alma tan gloriosa

angelical,

¡qué diligencia tan viva

tuviéramos cada hora,

y tan presta

en componer la cautiva,

dejándonos la señora

descompuesta!



Si pudiéramos embellecer nuestra cara como podemos, si queremos, hacer gloriosa el alma, nos pasaríamos el tiempo adornando la cautiva (la cara) dejando a la señora (el alma) sin arreglar.



XIV



Estos reyes poderosos

que vemos por escrituras

ya pasadas,

con casos tristes, llorosos,

fueron sus buenas venturas

trastornadas.

Así que no hay cosa fuerte,

que a Papas y Emperadores

y Prelados,

así los trata la Muerte

como a los pobres pastores

de ganados.



Las buenas venturas de estos reyes poderosos fueron trastornadas con casos tristes.



XV



Dejemos a los troyanos,

que sus males no los vimos,

ni sus glorias;

dejemos a los romanos,

aunque oímos y leímos

sus historias;

no curemos de saber

lo de aquel siglo pasado,

qué fue de ello;

vengamos a lo de ayer,

que también es olvidado

como aquello.



XVI



¿Qué se hizo el rey don Juan?

Los infantes de Aragón

¿qué se hicieron?

¿Qué fue de tanto galán,

qué fue de tanta invención

como trujeron?

Las justas y los torneos,

paramentos, bordaduras,

y cimeras,

¿fueron sino devaneos?

¿Qué fueron sino verduras

de las eras?

Juan II de Castilla



XVII



¿Qué se hicieron las damas,

sus tocados, sus vestidos,

sus olores?

¿Qué se hicieron las llamas

de los fuegos encendidos

de amadores?

¿Qué se hizo aquel trovar,

las músicas acordadas

que tañían?

¿Qué se hizo aquel danzar,

aquellas ropas chapadas

que traían?

Ropas chapadas: adornadas.



XVIII



Pues el otro, su heredero,

don Enrique, ¡qué poderes

alcanzaba!

¡Cuán blando, cuán halaguero

el mundo con sus placeres

se le daba!

Mas verás cuán enemigo,

cuán contrario, cuán cruel

se le mostró,

habiéndole sido amigo,

¡cuán poco duró con él

lo que le dio!



Enrique IV de Castilla.

Halaguero: halagüeño.



XIX



Las dádivas desmedidas,

los edificios reales

llenos de oro,

las vajillas tan fabridas,

los enriques y reales

del tesoro,

los jaeces y caballos

de su gente, y atavíos

tan sobrados,

¿dónde iremos a buscallos?

¿qué fueron sino rocíos

de los prados?



Fabridas: pulidas.



XX



Pues su hermano, el inocente

que en su vida sucesor

se llamó,

¡qué corte tan excelente

tuvo y cuánto gran señor

que le siguió!

Mas como fuese mortal,

metiólo la muerte luego

en su fragua,

¡oh juicio divinal!

Cuando más ardía el fuego,

echaste agua.



Alfonso, proclamado Alfonso XII en vida de Enrique IV



XXI



Pues aquel gran Condestable

Maestre que conocimos,

tan privado,

no cumple que dél se hable,

sino sólo que lo vimos

degollado.

Sus infinitos tesoros,

sus villas y sus lugares,

su mandar,

¿qué le fueron sino lloros?

¿que fueron sino pesares

al dejar?



Álvaro de Luna

Privado: que disfruta de privanza o favor de un poderoso (en este caso de Juan II).



XXII



Pues los otros dos hermanos,

maestres tan prosperados

como reyes,

que a los grandes y medianos

trajeron tan sojuzgados

a sus leyes;

aquella prosperidad

que tan alta fue subida

y ensalzada,

¿qué fue sino claridad,

que cuando más encendida

fue matada?



Juan Pacheco, maestre de Santiago, y Pedro Girón, maestre de Calatrava.

Matar la luz es apagarla.



XXIII



Tantos duques excelentes,

tantos marqueses y condes,

y barones,

como vimos tan potentes,

di, Muerte, ¿dó los escondes

y traspones?

Y las sus claras hazañas

que hicieron en las guerras

y en las paces,

cuando tú, cruda, te ensañas,

con tu fuerza las atierras

y deshaces.



Aterrar: tirar a tierra.



XXIV



Las huestes innumerables,

los pendones y estandartes,

y banderas,

los castillos impugnables,

los muros y baluartes

y barreras,

la cava honda chapada,

o cualquier otro reparo,

¿qué aprovecha?

cuando tú vienes airada

todo lo pasas de claro

con tu flecha.



Impugnables: inexpugnables.

Cava chapada: foso defendido, guarnecido.

Reparo: precaución.



XXV



Aquél de buenos abrigo,

amado por virtuoso

de la gente,

el Maestre don Rodrigo

Manrique, tanto famoso

y tan valiente,

sus grandes hechos y claros

no cumple que los alabe,

pues los vieron,

ni los quiero hacer caros,

pues que el mundo todo sabe

cuáles fueron



Ni los quiero exagerar, pues todo el mundo sabe cómo fueron.



XXVI



¡Qué amigo de sus amigos!,

¡qué señor para criados

y parientes!,

¡qué enemigo de enemigos!,

¡qué maestre de esforzados

y valientes!,

¡qué seso para discretos!,

¡qué gracia para donosos!,

¡qué razón!,

¡cuán benigno a los sujetos!,

y a los bravos y dañosos,

¡qué león!



XXVII



En ventura Octaviano,

Julio César en vencer

y batallar,

En la virtud, Africano,

Aníbal en el saber

y trabajar,

En la bondad un Trajano,

Tito en liberalidad

con alegría,

En su brazo, Aureliano

Marco Atilio en la verdad

que prometía.



XXVIII



Antonio Pío en clemencia,

Marco Aurelio en igualdad

del semblante,

Adriano en la elocuencia,

Teodosio en humanidad

y buen talante,

Aurelio Alejandro fue

en disciplina y rigor

de la guerra,

un Constantino en la fe,

Camilo en el gran amor

de su tierra.



XXIX



No dejó grandes tesoros,

ni alcanzó muchas riquezas,

ni vajillas,

mas hizo guerra a los moros,

ganando sus fortalezas

y sus villas.

Y en las lides que venció,

muchos moros y caballos

se perdieron,

y en este oficio ganó

las rentas y los vasallos

que le dieron.



XXX



Pues por su honra y estado

en otros tiempos pasados

¿cómo se hubo?

Quedando desamparado,

con hermanos y criados

se sostuvo.

Después que hechos famosos

hizo en esta dicha guerra

que hacía,

hizo tratos tan honrosos,

que le dieron aun más tierra

que tenía.



¿Cómo se hubo?: ¿En qué situación se vio?



XXXI



Estas sus viejas historias

que con su brazo pintó

en juventud,

con otras nuevas victorias

ahora las renovó

en senectud.

Por su gran habilidad,

por méritos y ancianía

bien gastada,

alcanzó la dignidad

de la gran caballería

de la Espada.



XXXII



Y sus villas y sus tierras

ocupadas de tiranos

las halló,

mas por cercos y por guerras

y por fuerza de sus manos

las cobró.

Pues nuestro rey natural,

si de las obras que obró

fue servido,

dígalo el de Portugal,

y en Castilla quien siguió

su partido.



El rey natural era primero Alfonso XII y ahora Fernando el Católico. El servicio que Rodrigo Manrique le prestó lo puede atestiguar Alfonso V de Portugal, que fue derrotado por los castellanos.



XXXIII



Después de puesta la vida

tantas veces por su ley

al tablero;

después de tan bien servida

la corona de su rey

verdadero;

después de tanta hazaña

a que no puede bastar

cuenta cierta,

en la su villa de Ocaña

vino la Muerte a llamar

a su puerta





Poner la vida al tablero: arriesgarse, jugársela.

El rey verdadero es, de nuevo, Fernando el Católico.



XXXIV



diciendo: «Buen caballero,

dejad el mundo engañoso

y su halago;

vuestro corazón de acero

muestre su esfuerzo famoso

en este trago;

y pues de vida y salud

hicisteis tan poca cuenta

por la fama,

esfuércese la virtud

por sufrir esta afrenta

que os llama.



XXXV



No se os haga tan amarga

la batalla temerosa

que esperáis,

pues otra vida más larga

de fama tan gloriosa

acá dejáis.

Aunque esta vida de honor

tampoco no es eternal,

ni verdadera,

mas, con todo, es muy mejor

que la vida terrenal,

perecedera.



XXXVI



El vivir que es perdurable,

no se gana con estados

mundanales,

ni con vida deleitable,

en que moran los pecados

infernales,

mas los buenos religiosos,

ganánlo con oraciones

y con lloros,

los caballeros famosos

con trabajos y aflicciones

contra moros.





XXXVII



Y pues vos, claro varón,

tanta sangre derramasteis

de paganos,

esperad el galardón

que en este mundo ganasteis

por las manos.

Y con esta confianza

y con la fe tan entera

que tenéis,

partid con buena esperanza,

que esta otra vida tercera,

ganaréis.»



XXXVIII



«No tengamos tiempo ya

en esta vida mezquina

por tal modo,

que mi voluntad está

conforme con la divina

para todo.

Y consiento en mi morir

con voluntad placentera,

clara y pura,

que querer hombre vivir

cuando Dios quiere que muera,

es locura.»



Ahora don Rodrigo responde a la Muerte.



XXXIX



Tú que por nuestra maldad

tomaste forma servil

y bajo nombre;

Tú que en tu divinidad

juntaste cosa tan vil

como es el hombre;

Tú que tan grandes tormentos

sufriste sin resistencia

en tu persona,

no por mis merecimientos,

mas por tu sola clemencia,

me perdona.



XL



Así, con tal entender,

todos sentidos humanos

conservados,

cercado de su mujer,

Y de sus hijos y hermanos

y criados,

dio el alma a quien se la dio,

el cual la ponga en el cielo

y en su gloria,

y aunque la vida perdió,

dejónos harto consuelo

su memoria.



Murió conservando todo su entendimiento y sus sentidos, rodeado de su familia.



NOTAS: La ortografía ha sido modernizada salvo en los casos en que ello hubiera alterado la rima o la medida de los versos. Téngase presente que algunas haches eran originalmente efes, por lo que impiden la formación de un diptongo. En cuanto a la medida de los versos, las estrofas son coplas de pie quebrado, de modo que cada verso tetrasílabo se mide a menudo junto al octosílabo que lo precede. Así, si éste acaba en palabra aguda, el verso siguiente puede tener una sílaba más. (P.ej.: que van a dar en la mar, que es el morir. Doce sílabas en total). También se pueden formar sinalefas entre un octosílabo y un tetrasílabo. (P.ej.: se sume su gran alteza en esta vida. Doce sílabas en total).





Tradução de Rubem Amaral Jr.:



I

Recorde a alma dormida

avive o senso e desperte

contemplando

como perpassa a vida,

chega-se a morte solerte,

tão calando;

quão prestes se vai o prazer

como depois de lembrado

causa dor,

como, a nosso parecer

qualquer momento passado

foi melhor.



II

E pois, vemos o presente

com é num instante vencido

e acabado,

se julgamos sabiamente

daremos até o não sido

por passado.

Não se enganem em pensar

que seguirá o que vem

outra norma,

mais que o já visto durar,

porque passará também

por esta forma.





III

Nossas vidas são os rios

que vão lançar-se no mar

que é o morrer;

ali vão os senhorios

diretos a se acabar

e se perder;

ali os rios caudais,

ali os ouros meãos

e menores:

lá chegados são iguais

os que vivem por suas mãos

e os senhores.



IV

Deixo as invocações

dos afamados poetas

e oradores;

não cuido de suas ficções,

que trazem ervas secretas

seus sabores.

Àquele só me encomendo,

aquele só invoco eu

de verdade,

que neste mundo vivendo,

o mundo não conheceu

sua deidade.



V

Este mundo é o caminho

para o outro, que é morada

sem pesar;

mas sempre tem bom alinho

para andar esta jornada

sem errar.

Parimos quando nascemos,

andamos quando vivemos

e chegamos

ao tempo que fenecemos;

assim que quando morremos

descansamos.



VI

Este mundo ameno é

se bem usássemos dele

qual devemos,

pois segundo nossa fé

somente ganhar aquele

pretendemos.

Mesmo o Filho de Deus

para ao céu nos alçar

descendeu

a nascer aqui entre os seus

e a neste solo habitar

onde morreu.



VII

Se fosse em nosso poder

fazer a cara formosa

corporal,

como podemos fazer

a alma tão gloriosa

angelical,

que diligência tão viva

teríamos toda hora,

tão disposta,

em nos compor a cativa,

deixando-nos a senhora

descomposta!



VIII

Vede quão pouco valor

têm as coisas trás que andamos

e corremos;

que neste mundo traidor

antes mesmo que morramos

as perdemos.

Delas desfaz a idade,

delas casos desastrados

que acontecem;

delas, por sua qualidade,

em os mais altos estados

desfalecem.



IX

Dizei-me: a formosura,

a gentil frescura e tez

duma cara,

o rosado e a brancura,

quando a velhice se fez,

onde para?

As manhas e ligeireza

e a força corporal

da juventude,

tudo se torna graveza

quando chega ao arraial

da senectude.



X

Pois até o sangue dos godos,

e a linhagem e a nobreza

tão crescida,

por quantas vias e modos

se some sua grande alteza

nesta vida!

Muitos, por pouco valer,

por quão baixos e abatidos

que as têm!

Outros que, por nada ter,

com ofícios indevidos

se mantêm.



XI

Que os estados e riqueza

não nos deixem em má hora

quem garante?

Não lhes peçamos firmeza,

pois que são duma senhora

inconstante;

que eles são da Fortuna

que a roda sua a girar

não repousa,

a qual não pode ser una

nem estar queda ou parar

em uma cousa.



XII

Mas concedo que eles sigam

e cheguem junto da fossa

com seu dono;

por isso não nos desdigam,

breve vai-se a vida nossa

como sono.

E os deleites de cá

são, em que nos deleitamos,

temporais,

e os tormentos de lá,

que por eles esperamos,

eternais.



XIII

Os prazeres e dulçores

desta vida trabalhada

que possuímos,

não são mais que batedores,

e a morte uma cilada

em que caímos.

Não olhando nosso dano,

corremos a rédea solta

sem parar;

dês que vemos o engano

e queremos dar a volta,

não há lugar



XIV

Estes reis tão poderosos

que vemos por escrituras

já passadas,

com casos tristes, chorosos,

foram suas boas venturas

transtornadas;

assim que nada é tão forte,

que a papas, imperadores

e cardeais

assim os trata a morte

como a uns pobres pastores

de animais.



XV

Deixemos em paz troianos,

cujos males não lhes vimos

nem as glórias;

deixemos atrás romanos,

se bem que temos e ouvimos

suas histórias;

não curemos do que contem

sobre o século passado,

que foi dele;

venhamos logo ao de ontem,

que também está olvidado

como aquele.



XVI

Que fim teve o rei Dom João?

De Aragão os três infantes

qual tiveram?

Onde estão tanta invenção

e tantos jovens galantes

que as trouxeram?

Foram apenas devaneios?

Que foram salvos das eiras

as verduras,

as justas e os torneios,

paramentos e cimeiras,

bordaduras?



XVII

Que fim levaram as damas,

seus toucados e vestidos

seus olores?

Que fim levaram as chamas

dos ardores acendidos

de amadores?

Que é feito do trovar,

das músicas acordadas

que tangiam?

Que é feito do dançar,

daquelas roupas chapadas

que traziam?



XVIII

Pois o outro, seu herdeiro,

Dom Henrique, que poderes

alcançava!

Quão brando, quão lisonjeiro

o mundo com seus prazeres

se lhe dava!

Mas verás quão inimigo,

quão contrário, quão danoso

se lhe mostrou;

havendo-lhe sido amigo,

o que lhe deu generoso

lhe não durou!



XIX

As dádivas desmedidas

os edifícios reais

cheios de ouro,

as baixelas tão lavradas,

os henriques e reais

do tesouro,

os jaezes, os cavalos

de suas gentes e atavios

tão sobrados,

onde iremos nós buscá-los?

Que foram salvos rocios

pelos prados?



XX

Pois seu irmão o inocente

que em sua vida sucessor

se chamou,

que corte tão excelente

teve, e quanto grão senhor

o cercou!

Mas, como era mortal,

meteu-o a morte logo

em sua frágua.

Oh juízo divinal,

quando mais ardia o fogo,

deitaste água!



XXI

Pois do grande Condestável,

o Mestre, que conhecemos

tão privado,

calemos a sorte instável,

digamos só que o tivemos

degolado.

O seu tesouro opulento,

suas vilas e seus lugares,

seu mandar,

causaram-lhe só lamento.

Que foram salvos pesares

ao deixar?



XXII

E os outros dois irmãos,

os mestres tão prosperados

como reis,

que aos grande e meãos

trouxeram tão sojugados

a suas leis;

aquela prosperidade

que tão alta foi erguida

e exaltada,

que foi salvo claridade

que estando mais acendida

foi apagada?



XXII

Tantos duques excelentes,

tantos marqueses e condes

e barões

como vimos tão potentes,

dize, morte, onde os escondes

e transpões?

E as mui claras façanhas

que fizeram em suas guerras

e nas pazes,

quando tu, crua, te assanhas,

com tua força as aterras

e desfazes.



XXV

O que de bons era abrigo,

amado por virtuoso

pela gente,

o senhor Mestre Rodrigo

Manrique, tanto famoso

e tão valente,

seus grandes feitos e claros

não cumpre que eu os gabe,

que os miraram,

nem os quero fazer caros,

pois que o mundo todo sabe

qual passaram.



XXVI

Amigo de seus amigos,

que senhor para criados

e parentes!

Que inimigo de inimigos!

E que mestre de esforçados

e valentes!

Que siso para prudentes!

Que graça pra donosos!

Que razão!

Brando pra dependentes!

Para os bravos e danosos,

um leão!



XXVII

Em ventura Otaviano;

Júlio César em vencer

e batalhar;

em sua virtude, Africano;

Aníbal em seu saber

e trabalhar;

em sua bondade, um Trajano;

Tito em liberalidade

com alegria;

em seu braço, Aureliano;

Marco Atílio na verdade

que prometia.



XXVIII

Antonio Pio em clemência;

Marco Aurélio na igualdade

do semblante;

Adriano na eloquência;

Teodósio em humanidade

e bom talante.

Aurélio Alexandre é

na disciplina e rigor

de sua guerra;

um Constantino na fé,

Camilo no grande amor

de sua terra.



XXIX

Não deixou grandes tesouros,

nem logrou muitas riquezas

nem baixelas,

mas teve guerra com os mouros,

ganhando suas fortalezas

e vilelas;

e nas lides que triunfou

quantos mouros e cavalos

se perderam;

e neste ofício ganhou

as rendas e os vassalos

que lhe deram.



XXX

Pois por sua honra e estado,

em outros tempos passados,

como achou-se?

Ficando desamparado,

com irmãos e os criados

sustentou-se.

Depois que atos famosos

praticou na dita guerra

que fazia,

fez contratos tão honrosos

que lhe deram mui mais terra

que possuía.



XXXI

Estas suas velhas histórias

que com o braço pintou

na juventude,

com outras novas vitórias

agora as renovou

na senectude.

Por sua grade habilidade,

por méritos e anciania

bem gastada,

alcançou a dignidade

da alta e grã Cavalaria

da Espada.



XXXII

E suas vilas e suas terras

por tiranos ocupadas

as achou,

mas por cercos e por guerras

e por força de espadas

as cobrou.

Pois nosso Rei natural,

se dessas obras que obrou

foi servido,

diga-o o de Portugal

que em Castela quem tomou

seu partido.



XXXIII

Depois de posta a vida

tantas vezes por sua lei

no tab´leiro;

depois de tão bem servida

a coroa de seu rei

verdadeiro;

depois de tanta façanha

que exatamente contar

não comporta,

em a sua vila de Ocaña

veio a morte chamar

a sua porta.



XXXIV

Dizendo: "Bom cavaleiro,

deixai o mundo enganoso

com seu afago;

vosso coração inteiro

mostre seu esforço famoso

em este trago.

"E pois de vida e saúde

fizestes tão pouca conta

pela fama,

esforce-se a virtude

para sofrer esta afronta

que vos chama".



XXXV

Não se vos faça amarga

a batalha temerosa

que esperais,

pois outra vida mais larga,

de fama tão gloriosa,

aqui deixais;

"se bem tal vida de honor

também não seja eternal

nem verdadeira;

mas, contudo, é bem melhor

que a outra temporal

e passageira.



XXXVI

O viver que é perdurável

não se ganha com estados

mundanais,

nem com vida deleitável

onde moram os pecados

infernais;

"mas os bons religiosos

ganham-no com orações

e flagícios;

os cavaleiros famosos

contra mouros em aflições

e suplícios.



XXVII

E pois vós, claro varão,

tanto sangue derramastes

de pagãos,

esperai o galardão

que neste mundo ganhastes

pelas mãos;

"e com esta confiança

e com a fé tão inteira

que haveis,

parti com boa esperança,

que estoutra vida terceira

ganhareis".



(Responde o Mestre:)

XXXVIII



"Não gastemos tempo já

em esta vida indina

por tal via,

que minha vontade está

pra tudo com a divina

em harmonia.

"E consinto em meu morrer

com a vontade bem forte,

clara e pura,

que querer homem viver

quando Deus quer dar-lhe morte

é loucura".



(Do Mestre a Jesus)

XXXIX

Tu que, por nossa maldade,

mau nome e forma servil

com amor tomaste;

Tu, que com tua divindade

o corpo humano tão vil

também juntaste;

"Tu, que tão grandes tormentos

sofreste sem resistência

em tua pessoa,

não por meus merecimentos,

mas só por tua clemência

me perdoa".



Cabo

XL

Assim, com tal entender,

todos sentidos humanos

conservados,

cercado de sua mulher

e de seus filhos, seus manos

e criados,

deu a alma a quem lha deu

(O qual no céu a porá,

em sua glória),

e embora consolo deixará

sua memória.



(Poesia doutrinal: coplas; 1984)



(Ilustração:  William-Adolphe Bouguereau -1825-1905 - El despertar de la tristeza)

domingo, 26 de março de 2023

O JURAMENTO DA MINHA IRMANDADE? ABANDONEI O GRUPO, de Kelly Valen

 




A grande tristeza da minha vida vem da minha incapacidade de me sentir próxima de outras mulheres. Aos 41 anos, cultivei cautelosamente algumas caras amizades femininas. Mas geralmente sinto uma espécie de desconfiança nervosa e de mal-estar quando lido com a maioria das mulheres, especialmente quando estão em bando.

Recentemente fui obrigada a enfrentar a origem de minha desconfiança quando dei de cara com um certo alguém do passado, um passado que eu tinha arquivado há muito tempo, ou, mais precisamente, enterrado no piso oceânico em um baú de navio fechado com cadeado e amarrado com camadas de corrente grossa.

Era um domingo. Eu tinha passeado pela loja Gymboree da Bay Area com minhas filhas de 7 anos e então me distraí pelos corredores por dois minutos a mais. Uma voz rachada de papagaio me atacou da gôndola de meias-calças:

"Kelly Dick? É você?"

Pensei que poderia ignorar o chamado. Meu infeliz nome de solteira não havia me incomodado há 14 anos [Dick é um dos nomes dados ao pênis na gíria]. E, tendo envelhecido de todas as maneiras habituais, disse a mim mesma que tecnicamente nem sequer era eu.

Mas a mulher insistiu, agitando os braços como se chamasse um táxi numa tempestade de granizo. "Ei! Kelly Dick!"

Foram minhas filhas gêmeas quem afinal me denunciaram: "Mamãe, ela está chamando você", as duas guincharam, apontando. "Aquela mulher conhece você. Aquela senhora ali. É você: Kelly Dick!"

Sorrindo com confiança, ela avançou na minha direção. Eu me preparei.

"Kelly! Eu sabia que era você. Puxa... faz uns 20 anos... Mas eu tinha certeza que era você. Lembra de mim, do colégio? Ah, meu Deus... como vai?"

Ela havia sido minha colega na irmandade, e não em qualquer irmandade, mas uma que teve um papel importante no desenrolar da minha vida juvenil. Na semana de recrutamento, ela tinha me interrogado sobre minha casa e a profissão do meu pai, piscando inexplicavelmente quando eu disse "dentista". Ela também foi uma das meninas que encontrei certa tarde no meu quarto, esfregando meu colar de pérolas nos dentes para determinar sua autenticidade (e presumivelmente a minha).

E foi essa mulher e suas amigas que me ensinaram da maneira mais difícil que, quando alguém faz uma garota se sentir suja, esse passa a ser seu destino, eternamente, como uma letra escarlate invisível.

Eu passei pelas portas da irmandade tantos anos atrás como uma "boa menina", uma virgem de 18 anos de St. Paul. Eu não era uma conformista. Mas achava que uma irmandade poderia me dar uma comunidade de apoio entre os 40 mil estudantes aos quais eu me uniria, a quase 3 mil quilômetros de casa. Então fiz o juramento.

Senti-me sofisticada e inteligente ao entrar, mas rapidamente descobri que estava fora do meu time entre as debutantes texanas de Rolex nos pulsos e as belas novas-ricas californianas. Mas apreciei a aceitação e o status que minha irmandade me conferiu instantaneamente. As liberdades e oportunidades sociais que me esperavam dominaram meu cérebro mole. Eu me entreguei, fui a muitas festas e apenas dois meses depois do início do semestre perdi minha virgindade.

Mas não da maneira tradicional.

Aconteceu depois de uma festa caipira em uma fraternidade. Tudo o que eu sabia sobre meu par era que ele adorava festas e era fisicamente incrível. Minhas irmãs o consideravam um espetáculo. Eu me senti uma felizarda.

Depois da habitual indulgência alcoólica, eu o acompanhei até o andar de cima, onde logo desmaiei em seu sofá. Lá, assumi o papel principal numa espécie de exibição de defloramento, que no ambiente das universidades chamavam de "ledge party" [literalmente "festa do peitoril da janela"].

Funcionava assim: os rapazes da fraternidade atraíam suas companheiras para um covil, onde armavam algum tipo de sexo para o desfrute de seus irmãos voyeurs, que espiavam do lado de fora da janela. Diferentemente das típicas casas de fraternidades, estas eram prédios contemporâneos com vidraças maiores e amplos peitoris que formavam plataformas ideais para se espiar.

Desconfio que a minha foi uma das produções menos interessantes, mas, infelizmente, não me lembro de nada. Soube mais tarde que alguns irmãos simpáticos haviam sido contra o espetáculo e me salvaram do desastre, o que para mim foi notável.

As "festas de janela" não apenas eram toleradas nas fraternidades - eram recompensadas com piscadelas e tapinhas nas costas. Mas o meu parceiro tinha cruzado um limite: aparentemente o código de ética fraternal só aprovava as apresentações quando a garota estivesse consciente (mas sem saber que estava sendo observada).

Nos dias seguintes, meu par pediu desculpas a mim e a seus irmãos, mas a fraternidade o boicotou de qualquer modo; no fim do semestre ele tinha deixado a escola. Nunca se falou em crime; por algum motivo, nós simplesmente não pensávamos no fato dessa forma.

E eu senti meu fardo de responsabilidade por ter-me embriagado e perdido o controle. Pensei que todo aquele sórdido episódio seria mais uma lição sobre a faculdade e os homens. Mal eu sabia que a lição mais dura seria sobre as mulheres.

Entre minhas irmãs na irmandade, as consequências começaram na forma de fofocas cochichadas. Então, depois que o ímpeto de minha condenação entrou em um crescendo, elas me confrontaram diretamente, em massa, como uma multidão carregando tochas. Considerando o incidente minha culpa, elas disseram que eu merecia meu destino e se queixaram de que eu havia causado vergonha a todas elas. Riram de mim, fofocaram mais e então se distanciaram. Eu era suja para elas - e mais suja para mim mesma.

Minhas irmãs, é claro, não eram cidadãs modelo. Na verdade, algumas se gabavam de uma proeza sexual que ainda hoje me faz corar. Elas faziam sexo em nossa sala de reuniões, em banheiras, atrás de rochas. Participavam de grupos de bulimia e coordenavam a interrupção de gravidezes indesejadas. Muitas, naturalmente, também tinham sido vítimas daquelas festas, mas de alguma forma tinham conseguido abafar o caso.

Durante semanas eu vaguei atordoada, até que um dia minhas irmãs me colocaram em condicional, ostensivamente por não me vestir no "espírito adequado à irmandade". As calças de moletom que eu preferia aos vestidos floridos Laura Ashley não estavam agradando, elas disseram. Então fiz uma coreografia cômica de uma canção de Prince para nosso show de variedades, mas minhas irmãs não riram. Acharam minha escolha de repertório inadequada, foi a proverbial última gota, e convocaram uma reunião para avaliar minhas transgressões.

Lembro que fiquei vendo televisão sozinha em meu quarto enquanto elas se reuniam para me discutir na sala de reuniões. Logo ouvi o ruído dos saltos, depois uma batida estridente na minha porta. Quando ela se abriu, lá estava minha futura atacante do Gymboree, cercada por um esquadrão de compatriotas perfumadas. Com expressões compungidas, elas explicaram que a irmandade tinha decidido que eu não servia para elas. Eu deveria contatar o departamento de habitação da universidade e me mudar.

Depois de minha expulsão eu me retraí socialmente e fingi que não me importava. Escondi-me embaixo do Sony Walkman, ataquei os livros e vesti uma armadura de sarcasmo e cinismo. E desisti da camaradagem feminina.

Depois da formatura, fui para a faculdade de direito e logo saltei para o namoro e o casamento. Ainda assombrada por minha experiência do colégio, esperei que o casamento e a maternidade legitimariam minha vida, me fariam esquecer a vergonha e me permitiriam encontrar o sossego. E até meu encontro no Gymboree eu pensava que tivesse conseguido.

Pouco tinha ouvido falar sobre aquela irmã naqueles anos, além de que havia se casado com seu namorado do colégio e se instalado em um enclave da Califórnia. O fato de essa estranha gritona adornada de Bulgari agora me conceder o status de velha amiga era ao mesmo tempo surreal e nada surpreendente. Eu sorri com os dentes cerrados, mas meu peito e a testa vermelhos traíam minha turbulência.

"Puxa, penso sempre em você", ela disse. "Sempre me senti mal sobre aquela história da irmandade. Mas acho que hoje podemos rir. Ouvi falar que você fez direito, certo?"

Ela começou a recitar os infortúnios que tinha enfrentado, sua separação do marido e outros sofrimentos, todos os quais ela mencionou em tom otimista. Mas eu não conseguia escutar. Era tão clichê: ex-deusa transformada em caricatura, com laquê demais, acessórios demais, malhada demais.

Ao escutar seus fracassos, eu desejava sentir-me redimida, até superior, mas não consegui. Ela detinha o mesmo poder sobrenatural sobre mim. Tudo o que eu conseguia pensar era que, para ela, eu ainda era Kelly Dick, a piranha bêbada que havia desgraçado a irmandade. Parada ali diante dela, eu me senti crua, exposta, suja de novo. Os julgamentos distorcidos da irmandade, minhas antigas indiscrições: tudo aquilo me envolvia, ameaçando ferir mais uma vez o íntimo do meu ser.

Eu a interrompi e disse adeus. Foi tudo o que consegui. Então segurei com força as mãos das minhas filhas e saí da loja.

Mas não conseguia esquecer aquele encontro. Um clima mórbido baixou naquele dia e se manteve. Eu não podia mais negar o caos que aquela noite havia causado à minha imagem própria e aos meus relacionamentos. Aos 18 anos, eu acreditara na conversa de solidariedade das irmandades. Eu tinha aderido a seus costumes e hábitos, confiava nelas para que me apoiassem e me dessem intimidade.

E elas não apenas deixaram de me apoiar na crise, como coletivamente me chutaram quando eu estava caída na sarjeta, me julgaram sob um véu de hipocrisia, depois me expulsaram como uma leprosa. Sua traição foi tão profunda que me deixou ansiosa e temerosa até hoje.

Nos últimos 20 anos, aproximadamente, coloquei curativos em minhas feridas enquanto evitei qualquer tipo de intimidade feminina em grupo. Escapei dos grupos de mães quando minhas filhas nasceram e nunca consegui suportar clubes de leitura e de caridade, aulas de ginástica ou o ambiente do clube de campo. Mesmo estar entre um grupo de mães que falam e riem nos eventos esportivos das minhas filhas pode provocar essa ansiedade conhecida.

Mas para minha constante surpresa nunca senti essa ansiedade perto dos homens. É claro que sua violência e seus rituais misóginos roubaram minha inocência e provocaram os demônios da vergonha e da repressão que ainda me assolam.

Mas seus atos, por mais crus e criminosos, afinal me feriram muito menos que os julgamentos, a conivência e a traição das mulheres. Os homens no meu drama reconheceram os erros, se desculparam e demonstraram remorso. A punição, embora pequena, foi feita. Eles não me acusaram, e não deveriam. Mas as mulheres também não deveriam, e me acusaram.

Nessas duas décadas, já fui advogada em tempo integral, uma mãe trabalhadora e uma mãe dona-de-casa. Em cada um desses papéis vi muitas vezes confirmados meus temores sobre a competição e a agressão disfarçadas entre as mulheres: fofocas, comparações, críticas destrutivas sobre as opções profissionais e matrimoniais. Nós, mulheres, nadamos em águas infestadas de tubarões criados por nós mesmas. Muitas vezes não temos noção de onde nos situamos umas com as outras - socialmente, como mães, como colegas -, porque somos ao mesmo tempo aliadas e inimigas.

Quero continuar otimista. Afinal, tenho três filhas. O que vou ensinar a elas? As histórias de advertência sobre as inclinações nocivas dos homens são abundantes. Mas como podemos ajudar nossas filhas a navegar pelo labirinto da duplicidade feminina? Como garantir que elas ajam com autenticidade, respeitem a humanidade mais que alianças fugazes e esmaguem os péssimos instintos tribais que podem causar mágoas por toda a vida?

Não sei. E temo que nunca saberei.



(Tradução de Luiz Roberto Mendes Gonçalves; 2007)



(Ilustração: Ali Sabet - sisterhood – 2019)

quinta-feira, 23 de março de 2023

A TEMPESTADE, de Gonçalves Dias

 





Quem porfiar contigo... ousara

Da glória o poderio;

Tu que fazes gemer pendido o cedro,

Turbar-se o claro rio?


A. HERCULANO



Um raio

Fulgura

No espaço

Esparso,

De luz;

E trêmulo

E puro

Se aviva,

S’esquiva

Rutila,

Seduz!



Vem a aurora

Pressurosa,

Cor de rosa,

Que se cora

De carmim;

A seus raios

As estrelas,

Que eram belas,

Tem desmaios,

Já por fim.



O sol desponta

Lá no horizonte,

Doirando a fonte,

E o prado e o monte

E o céu e o mar;

E um manto belo

De vivas cores

Adorna as flores,

Que entre verdores

Se vê brilhar.



Um ponto aparece,

Que o dia entristece,

O céu, onde cresce,

De negro a tingir;

Oh! vede a procela

Infrene, mas bela,

No ar s’encapela

Já pronta a rugir!

Não solta a voz canora

No bosque o vate alado,

Que um canto d’inspirado

Tem sempre a cada aurora;

É mudo quanto habita

Da terra n’amplidão.

A coma então luzente

Se agita do arvoredo,

E o vate um canto a medo

Desfere lentamente,

Sentindo opresso o peito

De tanta inspiração.



Fogem do vento que ruge

As nuvens aurinevadas,

Como ovelhas assustadas

Dum fero lobo cerval;

Estilham-se como as velas

Que no alto mar apanha,

Ardendo na usada sanha,

Subitâneo vendaval.



Bem como serpentes que o frio

Em nós emaranha, — salgadas

As ondas s’estanham, pesadas

Batendo no frouxo areal.

Disseras que viras vagando

Nas furnas do céu entreabertas

Que mudas fuzilam, — incertas

Fantasmas do gênio do mal!



E no túrgido ocaso se avista

Entre a cinza que o céu apolvilha,

Um clarão momentâneo que brilha,

Sem das nuvens o seio rasgar;

Logo um raio cintila e mais outro,

Ainda outro veloz, fascinante,

Qual centelha que em rápido instante

Se converte d’incêndios em mar.



Um som longínquo cavernoso e ouco

Rouqueja, e n’amplidão do espaço morre;

Eis outro inda mais perto, inda mais rouco,

Que alpestres cimos mais veloz percorre,

Troveja, estoura, atroa; e dentro em pouco

Do Norte ao Sul, — dum ponto a outro corre:

Devorador incêndio alastra os ares,

Enquanto a noite pesa sobre os mares.



Nos últimos cimos dos montes erguidos

Já silva, já ruge do vento o pegão;

Estorcem-se os leques dos verdes palmares,

Volteiam, rebramam, doudejam nos ares,

Até que lascados baqueiam no chão.



Remexe-se a copa dos troncos altivos,

Transtorna-se, tolda, baqueia também;

E o vento, que as rochas abala no cerro,

Os troncos enlaça nas asas de ferro,

E atira-os raivoso dos montes além.



Da nuvem densa, que no espaço ondeia,

Rasga-se o negro bojo carregado,

E enquanto a luz do raio o sol roxeia,

Onde parece à terra estar colado,

Da chuva, que os sentidos nos enleia,

O forte peso em turbilhão mudado,

Das ruínas completa o grande estrago,

Parecendo mudar a terra em lago.



Inda ronca o trovão retumbante,

Inda o raio fuzila no espaço,

E o corisco num rápido instante

Brilha, fulge, rutila, e fugiu.

Mas se à terra desceu, mirra o tronco,

Cega o triste que iroso ameaça,

E o penedo, que as nuvens devassa,

Como tronco sem viço partiu.



Deixando a palhoça singela,

Humilde labor da pobreza,

Da nossa vaidosa grandeza,

Nivela os fastígios sem dó;

E os templos e as grimpas soberbas,

Palácio ou mesquita preclara,

Que a foice do tempo poupara,

Em breves momentos é pó.



Cresce a chuva, os rios crescem,

Pobres regatos s’empolam,

E nas turvam ondas rolam

Grossos troncos a boiar!

O córrego, qu’inda há pouco

No torrado leito ardia,

É já torrente bravia,

Que da praia arreda o mar.



Mas ai do desditoso,

Que viu crescer a enchente

E desce descuidoso

Ao vale, quando sente

Crescer dum lado e d’outro

O mar da aluvião!

Os troncos arrancados

Sem rumo vão boiantes;

E os tetos arrasados,

Inteiros, flutuantes,

Dão antes crua morte,

Que asilo e proteção!



Porém no ocidente

S’ergue de repente

O arco luzente,

De Deus o farol;

Sucedem-se as cores,

Qu’imitam as flores

Que sembram primores

Dum novo arrebol.



Nas águas pousa;

E a base viva

De luz esquiva,

E a curva altiva

Sublima ao céu;

Inda outro arqueia,

Mais desbotado,

Quase apagado,

Como embotado

De tênue véu.



Tal a chuva

Transparece,

Quando desce

E ainda vê-se

O sol luzir;

Como a virgem,

Que numa hora

Ri-se e cora,

Depois chora

E torna a rir.



A folha

Luzente

Do orvalho

Nitente

A gota

Retrai:

Vacila,

Palpita;

Mais grossa

Hesita,

E treme

E cai.




(Últimos cantos, 1851)

(Ilustração: Julius von Leypold (Dresden 1806–1874 Niederlößnitz) - Wanderer in the Storm)

segunda-feira, 20 de março de 2023

INTOLERÂNCIA RELIGIOSA, de Drauzio Varella



Intolerância religiosa é uma arma assustadora, sempre disposta a disparar contra os que pensam de modo diverso.

Sou ateu e mereço o mesmo respeito que tenho pelos religiosos.

A humanidade inteira segue uma religião ou crê em algum ser ou fenômeno transcendental que dê sentido à existência. Os que não sentem necessidade de teorias para explicar a que viemos e para onde iremos são tão poucos que parecem extraterrestres.

Dono de um cérebro com capacidade de processamento de dados incomparável na escala animal, ao que tudo indica só o homem faz conjecturas sobre o destino depois da morte. A possibilidade de que a última batida do coração decrete o fim do espetáculo é aterradora. Do medo e do inconformismo gerado por ela, nasce a tendência a acreditar que somos eternos, caso único entre os seres vivos.

Todos os povos que deixaram registros manifestaram a crença de que sobreviveriam à decomposição de seus corpos. Para atender esse desejo, o imaginário humano criou uma infinidade de deuses e paraísos celestiais.

Jamais faltaram, entretanto, mulheres e homens avessos às interferências mágicas em assuntos terrenos. Perseguidos e assassinados no passado, para eles a vida eterna não faz sentido. Não se trata de opção ideológica: o ateu não acredita simplesmente porque não consegue. O mesmo mecanismo intelectual que leva alguém a crer leva outro a desacreditar.

Os religiosos que têm dificuldade para entender como alguém pode discordar de sua cosmovisão, devem pensar que eles também são ateus quando confrontados com crenças alheias.

Que sentido tem para um protestante a reverência que o hindu faz diante da estátua de uma vaca dourada? Ou a oração do muçulmano voltado para Meca? Ou o espírita que afirma ser a reencarnação de Alexandre, o Grande? Para hindus, muçulmanos e espíritas esse cristão não seria ateu?

Na realidade, a religião do próximo não passa de um amontoado de falsidades e superstições. Não é o que pensa o evangélico na encruzilhada, quando vê as velas e o galo preto? Ou o judeu quando encontra um católico ajoelhado aos pés da virgem imaculada que teria dado à luz ao filho do Senhor? Ou o politeísta, ao ouvir que não há milhares, mas um único Deus?

Quantas tragédias foram desencadeadas pela intolerância dos que não admitem princípios religiosos diferentes dos seus? Quantos acusados de hereges ou infiéis perderam a vida?

O ateu desperta a ira dos fanáticos, porque aceitá-lo como ser pensante obriga-os a questionar suas próprias convicções. Não é outra a razão que os fez apropriar-se indevidamente das melhores qualidades humanas e atribuir as demais às tentações do diabo. Generosidade, solidariedade, compaixão e amor ao próximo constituem reserva de mercado dos tementes a Deus, embora em nome d’Ele sejam cometidas as piores atrocidades.

Os pastores milagreiros da TV, que tomam dinheiro dos pobres, são tolerados porque o fazem em nome de Cristo. O menino que explode com a bomba no supermercado desperta admiração entre seus pares, porque obedeceria aos desígnios do Profeta. Fossem ateus seriam considerados mensageiros de satanás.

Ajudamos um estranho caído na rua, damos gorjetas em restaurantes nos quais nunca voltaremos e fazemos doações para crianças desconhecidas, não para agradar a Deus, mas porque cooperação mútua e altruísmo recíproco fazem parte do repertório comportamental não apenas do homem, mas de gorilas, hienas, leoas, formigas e muitos outros, como demonstraram os etologistas.

O fervor religioso é uma arma assustadora, sempre disposta a disparar contra os que pensam de modo diverso. Em vez de unir, ele divide a sociedade — quando não semeia o ódio que leva às perseguições e aos massacres.

Para o crente, os ateus são desprezíveis, desprovidos de princípios morais, materialistas, incapazes de um gesto de compaixão, preconceito que explica por que tantos fingem crer no que julgam absurdo.

Fui educado para respeitar as crenças de todos, por mais bizarras que a mim pareçam. Se a religião ajuda uma pessoa a enfrentar suas contradições existenciais, seja bem-vinda, desde que não a torne intolerante, autoritária ou violenta.

Quanto aos religiosos, leitor, não os considero iluminados nem crédulos, superiores ou inferiores, os anos me ensinaram a julgar os homens por suas ações, não pelas convicções que apregoam.



(Ilustração: Mike Fields - Sculpture Ribbon of Life -DNA Double Helix)


sexta-feira, 17 de março de 2023

CONVERSACIÓN CON SIMONE WEIL / CONVERSA COM SIMONE WEIL, de Blanca Varela

 




– Los niños, el océano, la vida silvestre, Bach.

– el hombre es un extraño animal.



En la mayor parte del mundo

la mitad de los niños se van a la cama

hambrientos.



¿Renuncia el ángel a sus plumas, al iris,

a la gravedad y la gracia?



¿Se acabó para nosotros la esperanza de

ser mejores ahora?



La vida es de otros.

Ilusiones y yerros.

La palabra fatigada.

Ya ni te atreves a comerte un durazno.



Para algo cerré la puerta,

di la espalda

y entre la rabia y el sueño olvidé muchas

cosas.



La mitad de los niños se van a la cama

hambrientos.



– los niños, el océano, la vida silvestre, Bach.

– el hombre es un extraño animal.



Los sabios, en quienes depositamos nuestra

confianza,

nos traicionan.



– los niños se van a la cama hambrientos.

– los viejos se van a la muerte hambrientos.



El verbo no alimenta. Las cifras no sacian.



Me acuerdo. ¿Me acuerdo?

Me acuerdo mal, reconozco a tientas. Me equivoco.

Viene una niña de lejos. Doy la espalda.

Me olvido de la razón y el tiempo.



Y todo debe ser mentira

porque no estoy en el sitio de mi alma.

No me quejo de la buena manera.

La poesìa me harta.



Cierro la puerta.

Orino tristemente sobre el mezquino fuego de

la gracia.



– los niños se van a la cama hambrientos.

– los viejos se van a la muerte hambrientos.



El verbo no alimenta.

Las cifras no sacian.



– el hombre es un extraño animal.



Tradução de Wagner Mourão Brasil:



– As crianças, o oceano, a vida silvestre, Bach.

– o homem é um estranho animal.



Em grande parte do mundo

metade das crianças vai para a cama

faminta.



Renuncia o anjo a suas penas, à íris,

à gravitação e à graça?



Acabou–se para nós a esperança de

sermos melhores agora?



A vida é dos outros.

Ilusões e equívocos.

A palavra fatigada.

Já nem te atreves a comer um pêssego.



Para algo fechei a porta,

dei-lhe as costas

e entre a raiva e o sonho esqueci muitas

coisas.



Metade das crianças vai para a cama

faminta.



– metade das crianças, o oceano, a vida silvestre, Bach.

– o homem é um estranho animal.



– Os sábios, nos quais depositamos nossa

confiança,

atraiçoam-nos.



– as crianças vão para a cama famintas.

– os velhos vão para a morte famintos.



O verbo não alimenta. O dinheiro não sacia.



Desperto. Desperto?

Acordo mal, caminho às apalpadelas. Equivoco-me.

Vem uma menina de longe. Dou-lhe as costas.

Esqueço-me da razão e do tempo.



E deve ser tudo mentira

porque não estou no lugar de minha alma.

Não queixo-me dos bons modos.

A poesia está farta.



Fecho a porta.

Urino tristemente sobre o avaro fogo da

afabilidade.



– as crianças vão para a cama famintas.

– os velhos vão para a morte famintas.



O verbo não alimenta.

O dinheiro não sacia.



– o homem é um estranho animal.



(Ilustração: Philippe Jamin - Simone Weil)

terça-feira, 14 de março de 2023

CARTA AO POETA RONALD DE CARVALHO, de Fernando Pessoa

 



Lisboa, 24 de Fevereiro de 1914



Meu caro Poeta.



Escrevo-lhe a desoras da Delicadeza. Há meses que o Luís de Montalvor me fez chegar aos olhos o seu Livro. Embora o lesse sem tardança, tenho demorado o agradecimento para além dos limites que se usam. A licença poética não admite tanto. Eu tenho abusado do direito concedido aos camaradas de responder longe de propósito. Começo a minha carta por lhe pedir as desculpas a que este adiamento obriga.

Não sei que lhe diga do seu livro, que seja bem um ajuste entre a minha sensibilidade e a minha inteligência. Ele é deveras a obra de um Poeta, mas não ainda de um Poeta que se encontrasse, se é que um Poeta não é, fundamentalmente, alguém que nunca se encontra. Há imperfeições e inacabamentos nos seus versos. Veem-se ainda entre as flores as marcas das suas passadas. Não se deveriam ver. Do poeta deve ser o ter passado sem outro vestígio que a presença das rosas. Para que os ramos quebrados, ainda, e partido o caule das violetas?

Eu não lhe devia dizer isto, talvez, sem prefaciar que sou o mais severo dos críticos que tem havido. Exijo a todos mais do que eles podem dar. Para que lhes havia eu de exigir o que cabe na competência das suas forças? O poeta é o que sempre excede o que pode fazer.

O seu livro é dos mais belos que recentemente tenho lido. Digo-lhe isto para que, não me conhecendo, me não julgue posto sobre a severidade sem atenção às belezas do seu livro. Há em si o com que os grandes poetas se fazem. De vez em quando a mão do escultor faz falar as curvas nuas da sua Matéria. E então é o seu poema sobre o “Cais”, e o seu “Outono”, e este e aquele verso, caído dos deuses como o que é azul no céu nos intervalos da tormenta. Exija de si o que sabe que não poderá fazer. Não é outro o caminho da Beleza.

Eu detalho.

Tenho vivido tantas filosofias e tantas poéticas que me sinto já velho, e isto faz com que me dê o direito de o aconselhar, como Keats a Shelley, que esteja de vez em quando com as asas fechadas. Há um grande prazer estético às vezes em deixar passar sem exprimir uma emoção cuja passagem nos exige palavras. Dos nossos jardins interiores só devemos colher as rosas mais afastadas e as melhores horas e fixar só aquelas ocasiões do crepúsculo quando dói demasiado sentirmo-nos. Nenhum poeta tem o direito de fazer versos porque sinta a necessidade de os fazer. Há só a fazer aqueles versos cuja inspiração é perfumada de imortalidade.

Escrevo e paro. Pergunto a mim-próprio se poderá julgar tudo isto, porque não é transbordante de elogios, uma crítica adversa. Não o conheço e não sei. Mas repare que só a quem muito aprecio eu escrevo destas coisas. Decerto me faça justiça de crer que a quem não tem nenhum valor eu digo imediatamente que tem muito. Só vale a pena notar os erros dos que são na verdade Poetas, daqueles em quem os erros são erros. Para que notar os erros daqueles que não têm em si senão o jeito de errar?

Com tudo isto, que parece hesitante no elogio, repito-lhe que o seu livro é dos mais belos que ultimamente tenho lido. A sua imaginação, doentia e delicada, é uma princesa que olha das janelas o luxo longínquo dos tanques. Vejo que sente os repuxos. Eles são com efeito as melhores horas da água, e decerto que os mais belos são aqueles, em jardins ainda do século dezoito (e que nós nunca poderemos ver).

A sua sensibilidade dói-me. Por certo que outrora nos encontramos e entre sombras de alamedas dissemos um ao outro em segredo o nosso comum horror à Realidade. Lembra-se? Tinham-nos tirado os brinquedos, porque nós teimávamos que os soldados de chumbo e os barcos de latão tinham uma realidade mais preciosa e esplêndida que os soldados-gente e os barcos reais. Nós andamos longas horas pela quinta. Como nos tinham tirado as coisas onde púnhamos os nossos sonhos, pusemo-nos a falar delas para as ficarmos tendo outra vez. E assim tornaram a nós, em sua plena e esplêndida realidade — que paga de seda para os nossos sacrifícios! — os soldados de chumbo e os barcos de latão; e através das nossas almas continuaram sendo, para que nós brincássemos com eles. A hora (não se recorda?) essa era demasiado certa e humana. As flores tinham a sua cor e o seu perfume de soslaio para a nossa atenção. O espaço todo estava levemente inclinado, como se Deus, por uma astúcia de brincadeira, o tivesse levantado do lado das almas; e nós sofríamos a instabilidade do jogo divino como crianças que apreciam as partidas que lhes fazem, porque são mostras de afeição. Foram belas essas horas que vivemos juntos. Nunca tornaremos a ter essas horas, nem esse jardim, nem os nossos soldados e os nossos barcos. Ficou tudo embrulhado no papel da seda da nossa recordação de tudo aquilo. Os soldados, pobres deles, furam quase o papel com as espingardas eternamente ao ombro. As proas dos barcos estão sempre para romper o invólucro. E sem dúvida que todo o sentido do nosso exílio é este — o terem-nos embrulhado os brinquedos de antes da Vida, terem-nos posto na prateleira que está exatamente fora do nosso gesto e do nosso jeito. Haverá uma justiça para as crianças que nós somos? Ser-nos-ão restituídos por mãos que cheguem aonde não chegamos os nossos companheiros de sonho, os soldados e os barcos? Sim, e mesmo nós próprios, porque nós não éramos isto que somos... Éramos duma artificialidade mais divina...

Escrevo e divago, e tudo isto parece-me que foi uma realidade. Tenho a sensibilidade tão à flor da imaginação que quase choro com isto, e sou outra vez a criança feliz que nunca fui, e as alamedas e os brinquedos, e apenas, no fim de tudo, a supérflua realidade da Vida...

Perdoe-me que lhe escreva assim... A Vida, afinal, vale a pena que se lhe diga isto. Deus escuta-me talvez, mas de si ouve, como todos que escutam. A tragédia foi esta, mas não houve dramaturgo que a escrevesse...



Abraça-o



Fernando Pessoa



Fonte: PESSOA, Fernando. In “Correspondência (1905-1922)”, Lisboa: Assírio & Alvim, 1999, p.150. / in "Páginas de Estética e de Teoria Literárias. Fernando Pessoa". Lisboa: Ática, 1966. p. 135. /e TRIBUNA da Imprensa, Rio de Janeiro, 12-13 de Fevereiro de 1955, com o título “Carta inédita de Fernando Pessoa a Ronald de Carvalho”. [mantida a grafia original]



(Ilustração: Fernando Pessoa no bar Abel, em Lisboa)